La poética del espacio

Te acuerdas de cuándo sólo teníamos lo que nos cabía en la maleta? ¿Te acuerdas de que además la perdimos? Entonces no teníamos muchas cosas: apenas unos discos, tu libro de Borges, el que compraste en un mercado de segunda mano porque llevaba el poema Límites que tanto te gustaba y yo no conocía, mi reloj de pulsera, el tuyo, un par de jeans cada uno, Nada, el libro de Carmen Laforet, y un montón de futuros posibles. Eso era entonces, ¿te acuerdas? Cuando no teníamos apenas cosas, pero muchos lugares a los que ir. El corazón ajardinado, el equipaje ligero.


Ahora tenemos montones de cosas, ¡cuántas acumulamos en el tiempo! Tantas cosas y un lugar al que ir, donde quedarnos. Tú me dices ¡casa! Pero lo más probable es que me de vértigo, ya lo sabes, por eso de asomarme a la ventana, sacar los recuerdos y ver todos los años que hemos vivido hacia delante, abriendo y cerrando puertas. Nomádicos como somos, juntos nos hemos mudado diez veces, de continente a continente. Mira que a todas tus olas me he subido y subo. ¿Qué te da miedo, cuéntame?, me has preguntado. Que sea definitiva.


Sé que a estas alturas ya debería saber que mi hogar siempre lo llevé conmigo, que lo cotidiano se volverá extraordinario. Es la palabra definitiva la que me asusta, porque nunca me ha gustado lo que es perentorio ni concluyente. Te recuerdo el principio, porque aprendí, me enamoré de tu poema borgiano: «Si para todo hay término y hay tasa y última vez y nunca más y olvido. ¿Quién nos dirá de quién, en esta casa, sin saberlo, nos hemos despedido?»


Esta columna sale porque ando haciendo cajas de libros, porque los años aumentaron el amor y nuestra biblioteca, porque siempre guardo primero el de Borges. A otra habitación irá, que estamos hechos de cuartos. Y me dices que me he puesto nostálgica, que cambie la música de fondo, que es de Philip Glass y me encanta, y te cuento que sale referenciada en el libro La nieta, de Bernhard Schlink, que ando leyendo.


Por hoy no haré más cajas, la última la he rotulado «Libros de filosofía y pensamiento» y me he dado cuenta de que la estantería vacía está curvada en el centro. No he guardado La poética del espacio, del filósofo francés Gaston Bachelard, sólo porque cuando iba a hacerlo he releído que El espacio no es más que un «horrible adentro – afuera» y entre sus páginas había una foto de nosotros dos, jóvenes, en el barrio de Bocca, en Buenos Aires. Volver a un libro es como volver a todos los lugares que hicimos nuestros, que habitamos un día. Una biblioteca es una colección de huellas. De acuerdo, te he dicho, le haremos hueco a nuevas lecturas, también tenemos que comprar otra estantería. Y debería terminar diciendo que ya lo sé, que una despedida implica una bienvenida, también que definitivo es sólo una palabra. ¿Cierto?

 

La poética del espacio

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